Carta enviada por una lectora a la redacción Peko's.
Deseo compartir con los otros lectores una experiencia de vida, obtenida a través de mis pequeños hijos, quienes me demostraron con sus sabias palabras la alegría que es vivir, aun en los momentos en los que sentimos que nos falta esa fuerza.
Hace unos meses, tuvimos la pena de perder a un ser querido en la familia, y en especial para mi fue un momento muy complejo, ya que se trataba del hermoso ser que me dio la vida: mi madre. La sensación de perderla es desoladora, y una de esas tardes en las que sientes que la fortaleza no está de tu lado, que los brazos te pesan, te tiemblan las rodillas, y decidí descansar y reflexionar un momento en el sillón que está en mi recámara. De pronto, la menor de mis hijas entró muy callada. ¿Por qué lloras mami?, me preguntó y respondí que no, que no estaba llorando. Sin decirme nada, se sentó en el piso recargándose en mis rodillas, y me preguntó: mami, ¿Dónde esta mi abuelita?. Tu abuelita ya se quedó dormida. ¿Así como yo en la noche?. No, ella está dormida, pero no va a despertar. No sabía si era adecuada la manera de explicarle la muerte de mi mamá de ésta manera, sin embargo así lo hice. Fue un largo momento de silencio, hasta que el sueño me venció. Al despertarme mi pequeña seguía en el mismo lugar, y al verme se levantó, me dio un beso, me dijo “mami, ¿tu siempre te vas a despertar verdad?. Respondí que si, pero sabía por dentro que la respuesta no puede estar en mi, y que no puedo decidir esa parte de mi vida; sin embargo, sin comentárselos, ese día hice un pacto con mis hijas al comprender que el duelo por la perdida de mi madre, no puede arrastrar con mi propia vida, y que sería injusto, al saber en carne propia, lo que es perder a éste ser tan querido, permitir que mis hijas experimenten mi ausencia, aún estando yo sentada a un lado, con una de ellas recargada en mis piernas. Hasta que llegue ese día quiero pasar mis despiertos días observando como viven su propia vida.
Hace unos meses, tuvimos la pena de perder a un ser querido en la familia, y en especial para mi fue un momento muy complejo, ya que se trataba del hermoso ser que me dio la vida: mi madre. La sensación de perderla es desoladora, y una de esas tardes en las que sientes que la fortaleza no está de tu lado, que los brazos te pesan, te tiemblan las rodillas, y decidí descansar y reflexionar un momento en el sillón que está en mi recámara. De pronto, la menor de mis hijas entró muy callada. ¿Por qué lloras mami?, me preguntó y respondí que no, que no estaba llorando. Sin decirme nada, se sentó en el piso recargándose en mis rodillas, y me preguntó: mami, ¿Dónde esta mi abuelita?. Tu abuelita ya se quedó dormida. ¿Así como yo en la noche?. No, ella está dormida, pero no va a despertar. No sabía si era adecuada la manera de explicarle la muerte de mi mamá de ésta manera, sin embargo así lo hice. Fue un largo momento de silencio, hasta que el sueño me venció. Al despertarme mi pequeña seguía en el mismo lugar, y al verme se levantó, me dio un beso, me dijo “mami, ¿tu siempre te vas a despertar verdad?. Respondí que si, pero sabía por dentro que la respuesta no puede estar en mi, y que no puedo decidir esa parte de mi vida; sin embargo, sin comentárselos, ese día hice un pacto con mis hijas al comprender que el duelo por la perdida de mi madre, no puede arrastrar con mi propia vida, y que sería injusto, al saber en carne propia, lo que es perder a éste ser tan querido, permitir que mis hijas experimenten mi ausencia, aún estando yo sentada a un lado, con una de ellas recargada en mis piernas. Hasta que llegue ese día quiero pasar mis despiertos días observando como viven su propia vida.
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